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Entrevista con Betania Cappato y Adrián Suárez, directores de «La mujer hormiga»

Entrevista con Betania Cappato y Adrián Suárez, directores de «La mujer hormiga»

En La mujer hormiga los directores argentinos Betania Cappato y Adrián Suárez retratan la vida tranquila de Virginia –tranquila o estancada, como el agua de la pileta que tiene en el fondo de su casa– que de repente se ve sacudida por la visita de su hermana. Con su llegada empiezan a asomar los traumas irresolubles y las heridas del pasado, pero también los afectos. Cappato es fotógrafa y cineasta; su trabajo incluye los largos Frankie (2018) y Una escuela en Cerro Hueso (2021, 36° Festival), premiado en la Berlinale. Por su parte, Suárez dirigió y escribió el corto Los caminos que esperan (2010) y codirigió y escribió El Adán (2014). También colaboró en el guion del largometraje Parapalos (2003). La mujer hormiga, que participa de la Competencia Argentina, es su primera película juntos.


Hay una construcción de un clima en la película que es central, que le va dando forma al conflicto de los personajes también desde los elementos visuales y sonoros (las texturas, la luz, los ruidos de la naturaleza, el agua que se va volviendo omnipresente de distintas formas). ¿Cómo concibieron esta dimensión, tanto desde el guion como desde la construcción audiovisual?

Adrián Suárez: En términos de guion, existe un hito crucial en la trama: una tragedia familiar que une de manera profunda a las dos hermanas que interpretan esta historia. Este evento se relaciona con el agua y se transforma en un elemento constante a lo largo de la película. La costa del río Paraná se convirtió en el escenario perfecto. Ese entorno nos proporcionaba un aura misteriosa y un paisaje sonoro fascinante, ideales para explorar las profundidades de los personajes, quienes, aunque viven en la ciudad, mantienen una conexión persistente con ese lugar. Queríamos incorporar elementos de género, pero sin ser tan formalistas. Nuestro objetivo era ir develando los procesos internos de las protagonistas y crear una tensión palpable entre lo que se ve, lo que se escucha y lo que se imagina. Para llevar a cabo este enfoque, confiamos en el talento de Gustavo Schiaffino, quien se encargó de crear una atmósfera muy particular desde la fotografía, sumado al meticuloso trabajo realizado por Leandro de Loredo desde la dirección de sonido.

Precisamente, con respecto a la banda sonora, también la música tiene un peso muy importante en la película. ¿Cómo pensaron y trabajaron esto junto a su compositor?

AS: Desde el principio, teníamos claro que la música desempeñaría un papel narrativo crucial en nuestro proyecto. Durante la fase de montaje, junto a Iván Fund, el editor, fuimos descubriendo cuándo y cómo utilizarla de manera específica. En gran medida, encontramos inspiración en la obra de Alberto Iglesias. Luego, en colaboración con Mauro Mourelos (el compositor), establecimos como premisa la creación de una banda sonora independiente, capaz de tejer la tensión necesaria para complementar lo que se mostraba en pantalla y lo que expresaban los textos. Nuestro objetivo principal era evitar que la música se convirtiera en una simple ilustración, sino que añadiera una nueva dimensión, proporcionando una perspectiva adicional para revelar la complejidad interna de los personajes. Mauro utilizó tres instrumentos clave en este proceso: el piano, la trompeta y el contrabajo.

En la construcción de los personajes y de su vínculo es clave no solo el guion, sino el extraordinario trabajo de las actrices que encarnan a las protagonistas, y las decisiones desde la cámara y el montaje que muchas veces se concentran en los gestos y en los detalles. ¿Cómo fue el proceso de trabajo junto a ellas para darles cuerpo a Renata y Virginia y a una relación tan compleja?

Betania Cappato: Para ir en busca de cierta verdad fue fundamental tomarnos el tiempo de acompañar a las protagonistas, abriendo el juego a una puesta en escena que permitiera ir develando sus emociones y reformulando el sentido de cada gesto, por mínimo que fuera. Para lograrlo tomamos la decisión de ir a dos cámaras como parte de la propuesta estética de la película. Sabíamos que, al preferir no tener ensayos previos, nuestro mayor desafío consistiría en encontrar el tono de las actuaciones directamente durante el rodaje. Particularmente estoy convencida de que ese momento de adrenalina que supone siempre el hecho de estar filmando una escena por primera vez es lo que habilita una expectativa y una escucha real entre los personajes, lo que termina dando lugar a una interacción más genuina y por lo tanto más expresiva. Incluso durante la instancia de montaje decidimos usar varias imágenes y textos que habían sido registrados antes o después de cada acción y corte.