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Entrevista con Laura Basombrío, directora de «Las almas»

Entrevista con Laura Basombrío, directora de «Las almas»

Las almas, ópera prima de la salteña Laura Basombrío, se desarrolla sobre los paisajes marcianos del noroeste argentino. Ahí, una mujer cuenta su historia (el recuerdo de los que no están, la mirada de los otros, la vida comunitaria), mientras la fotografía y el sonido construyen un mundo nuevo en ese territorio ancestral. Además de trabajar como docente de guion en la Universidad de Buenos Aires y como montajista, Basombrío también se graduó como cellista en el Conservatorio y como diseñadora de imagen y sonido en la UBA.


El trabajo de fotografía y puestas de cámara le ofrecen al espectador una mirada alucinante del noroeste argentino, que muchas veces parece sacada de un relato de ciencia ficción. ¿En qué momento descubriste el potencial de esos paisajes y cómo planificaron el abordaje particular que se ve en cada escena?

En la preparación del viaje a Tolar Grande, un pueblo que hace seis años era bastante desconocido para la mayoría de lxs salteñxs y de muy difícil acceso, ya me intrigaba leer en los mapas nombres como Desierto y Salar del Diablo, Salar de Diablillos, Salar y Cueva del Hombre Muerto. Ves fotos y tenés la sensación de que se trata de otro planeta: salares negros, montañas cónicas rojas, ojos de mar turquesa. Pero al vivir esos lugares la experiencia cambia y mucho. Te das cuenta de la aridez y hostilidad del lugar. Se genera una sensación ambigua entre la alucinación y lo insoportable. Al pensar en cada uno de los paisajes retratados en la película me preocupaba no caer en la reducción al paisaje turístico bello. Queríamos retratar no el paisaje, sino la relación del paisaje con la gente que lo habita. Buscamos transmitir una idea más precisa: tenía que leerse el polvo, la asfixia, la incandescencia del sol, cierta soledad en la inmensidad. Pero también la magia de la noche, los cielos saturados de estrellas bajo los cuales los milagros ocurren.

La construcción de un ambiente sonoro original ayuda a generar un clima enrarecido, como un trance, que convierte el relato de la protagonista casi en una experiencia religiosa. ¿Cómo llegaron a crear esa atmósfera y a partir de qué ideas básicas fueron trabajando?

El viaje de Estela es un viaje espiritual, por eso fuimos construyendo paisajes sonoros que reflejaran los estados emocionales que ella atraviesa. Esos paisajes (memorias) están habitados por almas y fantasmas, presencias que aparecen y desaparecen entremezclándose con otros elementos del relato como el viento, el tren o el puma que, transformados, se convierten en recuerdos o llamados en un sueño. En su historia hay conflictos que nacen del silencio, de lo que no se dice, trabajados como recursos de pausa y vacío sonoros. Otra idea que trabajamos tanto en el diseño sonoro como en la música es la de la intermitencia, los pulsos, las alarmas, porque hay una sensación de advertencia que recorre el relato, de que algo está por pasar. El sonido en Las almas retrata el imaginario de Estela. Transforma la maquinaria en silencio, el desierto en agua.

Ese relato de la protagonista implica un alto grado de intimidad. ¿Cómo surgió el vínculo con ella y cuánto demandó llegar hasta ese estado de apertura que le permitió abordar cuestiones tan personales (y de forma tan bella)?

Estaba haciendo un scouting por los alrededores de Tolar Grande, iba al cono de Arita y Estela se me acercó para preguntarme si podía venir. En el viaje yo filmaba el desierto y ella, que me había parecido una mujer introvertida, se soltó a hablar. Ahí se sembró la semilla de la película en cierto sentido. Me pareció mágica su manera de hablar. Además de lo musical y poética que me resulta su voz, me llamó la atención su forma de ver las cosas, de plantarse, su franqueza cruda. La entrevisté al día siguiente. Ella tenía muy a flor de piel el dolor por la muerte reciente de su madre y me contó que conversaba con ella en sueños. Ahí nació el deseo de hacerle un retrato. Después todo fue tiempo e insistencia, a lo largo de los cinco años que duró el rodaje. Me di cuenta de que, por más que yo quisiera guiar las entrevistas hacia un guion que escribí y reescribí tantas veces, ella iba a hablar de lo que ella quería, así que mi trabajo fue más bien escuchar sin ansiedad. Y recibir lo que ella tenía para darme, que considero un regalo precioso.