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Competencia Argentina
Entrevista con Romina Tamburello y Federico Actis, directores de «Vera y el placer de los otros»

Entre la escuela y los entrenamientos de vóley, Vera pasa sus tardes inmersa en una rutina peculiar: le roba a su madre las llaves de uno de los departamentos que administra y se lo alquila a otros adolescentes que buscan un lugar donde tener sexo. Romina Tamburello y Federico Actis son los directores de Vera y el placer de los otros, el particular coming of age que forma parte de la Competencia Argentina. Con sus cortometrajes Rabia y Los teleféricos participaron en festivales como Rotterdam, Guadalajara y el Short Film Corner en Cannes. Además, Actis dirigió el documental La arquitectura del crimen (2016), mientras que Tamburello está próxima a estrenar la serie de ficción Maternidark.
La escucha es central en la exploración de su identidad que lleva a cabo el personaje de Vera y, con esto, el sonido se vuelve fundamental en la película. ¿Cómo concibieron esta relación entre lo que se ve (y lo que no se ve) y lo que se escucha?
Siempre supimos que esta era una película muy sonora. Que la escucha cumplía un rol fundamental. Que el deseo y la imaginación de nuestra protagonista se alimentaba del goce de los otros a través de los sonidos que escucha detrás de la puerta en cada uno de sus alquileres. Pero también necesitábamos hacer crecer esa sensación, darle un potencial expresivo mayor, y es por eso que la música de la película también está compuesta a partir de coros, respiraciones, gemidos y todo tipo de artilugios vocales que nos acercan a momentos de profunda intimidad. Por momentos lo sonoro supera a la imagen, la esconde dejando lugar a la imaginación del espectador; por otros, las fantasías de Vera invaden la pantalla, dejándonos acompañarla en su búsqueda. Esa dosificación está buscada para poder acrecentar tanto el suspenso como el erotismo.
Por momentos, a través del uso de la música y del trabajo de cámara, la película parece tomar la forma de un thriller. ¿Cómo pensaron esta decisión?
Para encontrar eso que le provoca placer, Vera debe animarse a correr riesgos. Sobre todo el riesgo a ser descubierta. Y es esa premisa la que nos hizo trabajar decisiones estéticas y cercanas al thriller o al suspenso. Hay una tensión interna en el personaje que se conjuga en ese sentido. En esa búsqueda de ser invisible, Vera ve cosas que no hubiera elegido ver y eso también acrecienta el drama y le da un impulso para ir detrás de su deseo. El uso del zoom y la música fueron dos de los elementos fundamentales para poder construir ese clima.
Si bien ambos tienen experiencia previa, como película de ficción y en conjunto esta es su ópera prima. ¿Cómo fue la experiencia de desarrollar este proyecto en codirección, algo que no suele ser tan habitual?
Esta película surge de una profunda amistad previa que nos permitió poder compartir la intimidad que el guion necesitaba. La sinceridad era posible porque había confianza para poner sobre la mesa nuestra idea del deseo. Tuvo una primera instancia de escritura de tres años, el primero atravesando el Concurso Gleyzer con el aporte de los tutores, y luego solos. El rodaje permitió abrir el guion al equipo y empezar a plantarnos como un dúo en la toma de decisiones, siempre con mucha charla previa y mucho consenso. Creemos que las singularidades de cada une son la clave para que el resultado sea una película que acompaña y no juzga y que pone a la amistad como vehículo para encontrar lo que nos hace felices.